por T. Austin-Sparks
Capítulo 7 - El Resplandor de la Luz
“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti” (Isaías 60:1).
Hemos dicho bastante sobre el terreno y la naturaleza de esta luz. Ahora avanzamos para preguntar y para contestar brevemente, la pregunta: ¿Qué es esta luz que ha venido y la gloria que ha nacido? Y no me queda duda para poder decir que inclusivamente, es aquello que ha venido peculiar y particularmente por medio de la instrumentalidad del apóstol Pablo. Sé, por supuesto, que ha venido mucha luz por medio de otros; pero la luz plena, respecto de la Iglesia y para la Iglesia, el Israel espiritual, ha venido por medio de Pablo, y esto está encerrado principalmente en el ministerio completo y concentrado de sus últimas cartas. Las últimas cartas de Pablo, es decir, las cartas a la Iglesia, son indudablemente la luz que ha venido, y la gloria que ha nacido.
LUZ Y GLORIA
Las dos palabras –luz y gloria– son características de esas cartas finales. No sólo están las palabras mismas ahí, sino que la verdad está ahí. ¡Qué luz! No encuentras esa luz en ningún otro lugar de la Biblia. De hecho, te quedas admirado de lo que este hombre llegó a ver. La luz resplandeciendo hasta la eternidad pasada, la luz resplandeciendo hacia la eternidad por ser, la luz resplandeciendo en esta dispensación. Y de nuevo en cuanto a la gloria, es una palabra característica; pero también es un rasgo característico, ¿verdad? “A él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús” (Efe.3:21). ¡Qué gloria ha surgido por medio de ese ministerio! Pero déjame salvaguardar esto diciendo lo siguiente: esta no es toda la luz que ha venido ni toda la gloria; pero en su plenitud, en su meridiano, ha venido por medio de este canal.
LA IGLESIA, LA VASIJA DE LA RESURRECCIÓN
En primer lugar, es luz y gloria que concierne al llamado de la iglesia a ser la vasija de resurrección del Señor. Esa es una declaración temprana en la carta a los Efesios. Recuerdas que Pablo está aquí tratando con la Iglesia. En otras epístolas trata con el individuo y se refiere a la unión del individuo con Cristo en la muerte y en la resurrección. Ese es el mensaje peculiar a los Corintios, por ejemplo, a quienes les dice mucho respecto de la conducta y del carácter personal. Pero cuando llegas aquí, a estas cartas grandiosas, especialmente a Efesios y a Colosenses, la idea de Pablo es todo el tiempo colectiva. Y cuando se refiere a nuestros seres siendo avivamos y levantados colectivamente, juntos, está pensando en la Iglesia, la Iglesia avivada y resucitada. Como tal, es la vasija de la resurrección, la vasija del poder de la resurrección de Cristo.
Ahora, por supuesto, no puede haber Iglesia sin individuos, y por tanto, estas cosas tienen su aplicación personal. El apóstol dice que esta luz que ha venido y que ha nacido sobre nosotros, esta gloria que ha aparecido respecto de la Iglesia es para que podamos “conocer... la excelente grandeza de Su poder... conforme a la operación del poder de Su fuerza, que operó en Cristo, cuando Le levantó de entre los muertos” (Efe. 1:18-20). Eso es para la Iglesia, que incluye a todos los individuos. Pero la Iglesia misma es una vasija de resurrección, para ser la personificación de la excelente grandeza de Su poder. Ninguno de nosotros individualmente, ni tampoco ningún número de nosotros como individuos separados y sin relación, podremos conocer la excelente grandeza de Su poder, más de lo que podamos conocer cualquier otro aspecto de Su plenitud. Por tanto, es más fácil descubrir cómo la Iglesia –la gran compañía de los elegidos, en su peregrinaje y su batalla a lo largo de todos los tiempos, con todo a lo que ha tenido que enfrentarse, y todo lo que todavía se levanta contra ella– necesita la excelente grandeza de Su poder para levantarla, separarla y elevarla, como un pueblo emancipado, establecido, celestial.
¿No es maravilloso darse cuenta de que, dondequiera que tú y yo podamos estar como parte de un todo, se nos dice por medio de esta iluminación que somos de la vasija de la resurrección; es decir, de la excelente grandeza de Su poder? Yo no sé cuánto esto pueda consolarte, pero si hubieras visto, como yo he visto, el terrible y descorazonador estado de los cristianos en ciertas partes del mundo, la limitación espiritual y la debilidad, y todo lo que hay puesto para hundirlos de tal forma, y qué poco hay que pueda conseguir algo diferente, habrías llegado, como yo, al mismo punto de desesperación sobre este tema.
Debo decir que estas meditaciones proceden directamente de mi experiencia. Esto no es un asunto que haya sido puesto a funcionar. Lo digo de nuevo: si realmente conocieras el estado de los cristianos y de la Iglesia en este mundo, la situación desesperada, la necesidad, la limitación y la falta de aquello que podría guiarlos a una plenitud mayor, posiblemente tú también te desesperarías. Incluso podrías plantear algunas preguntas principales. ¿De verdad quiere Dios tener a Su Iglesia en plenitud? ¿No estamos intentando algo imposible? ¿No nos hemos comprometido a algo que no puede ser? ¿No va a rompernos, a sacudirnos? ¿Es, después de todo, un hecho real de que esto es lo que Dios quiere?
La respuesta es: La luz ha sido dada, “ha venido”. ¡Esto ES lo que Dios quiere! Y bendito sea Dios, ya que puesto que Él desea esto, hay el poder para ello, y ese poder es el poder de la resurrección. Quizás queramos demasiado de golpe, quizás seamos impacientes; pero Dios lo va a conseguir. Se ha dado una visión de una Iglesia que al final está llena de la gloria. Ha venido la luz de que es así como va a ser, plenitud espiritual al final. Dios no va a ser derrotado y la Iglesia es la vasija misma o la esfera del poder de la resurrección.
Tú y yo sabemos muy bien que, en la medida en que comprendamos esta verdad por la fe, en la medida en que entendamos que somos parte de eso, que estamos sobre ese terreno y que estamos ahí, entraremos en las bondades de este poder de resurrección, y operará en nosotros dondequiera que estemos. Es la luz que ha sido dada, el llamado a la Iglesia a ser una vasija de resurrección, de vida y de poder. Por tanto, “levántate, resplandece, porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti”.
Puede que recuerdes que eso es lo que dijimos sobre esta luz en nuestro último mensaje: que ahí, en Isaías 60, tenemos el otro aspecto de la cautividad, el otro aspecto, por así decirlo, de la tumba de Israel, cuando el sepulcro de su exilio ha sido abierto y han sido llamados al terreno de la resurrección. La palabra es “Ha venido tu Luz”. De este modo puedes ver que esta luz está atada a la resurrección, y así, la carta de Pablo a los Efesios comienza con eso. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, y juntamente con él nos resucitó” (Efesios 2:1,6).
Y“para nosotros” es la “gran excelencia de Su poder”, como en la resurrección del Señor Jesús.
LA IGLESIA, LA VASIJA DE LUZ
Lo segundo en este mensaje de Isaías, que encuentra su cumplimiento espiritual en el ministerio de Pablo, es que la Iglesia es llamada a ser la vasija de la luz, la luz para todos, para las naciones. Ya hemos visto antes lo que significaba la luz, cómo funcionaba, lo efectiva que se muestra en este capítulo; qué tremendo impacto producía hasta los confines de la tierra, y cómo las naciones son descritas como fluyendo hacia esa luz.
Ahora bien, está perfectamente claro de este ministerio de Pablo que esa es la vocación de la Iglesia, ser una vasija y el vehículo de esta luz, la luz que todos necesitan. La gran oración que hace Pablo por los santos es pidiendo luz: “que los ojos de sus corazones sean iluminados para que puedan conocer....” Y entonces, ahí sigue la revelación gradual de esa luz. ¡Que maravillosa plenitud es eso! ¡Cuántos rayos hay hacia esa luz en esta oración! ¡Cuánto hay por conocer por el Espíritu de revelación abriendo los ojos del corazón! La Iglesia –y eso te incluye a ti y a mí– está definitivamente llamada a ser la vasija de la luz. La intención del Señor es que, si la gente está dispuesta a ver y a conocer, Él podrá transmitir tal conocimiento por medio de nosotros. Será hallado entre el pueblo del Señor.
Como sabemos, eso no es cierto a modo general. Pero ese es el llamado de la Iglesia: que dondequiera que haya personas que realmente quieran conocer la verdad, que quieran conocer al Señor, que quieran venir a la luz, el Señor tenga una vasija donde esa luz pueda ser hallada. Es tanto un desafío como la declaración de un hecho. Es algo a lo que tendremos que aferrarnos definitivamente por la fe. Puedes ver que es la intención de Dios: por tanto, debe ser posible. Y por tanto, el Señor proveerá para tener lo que Él quiere. No es necesario que ningún hijo de Dios, que esté permaneciendo firme en la fe de las bondades del llamamiento y de la vocación celestial, deje de ser un vehículo de luz para los demás. De hecho, es un fracaso en el llamamiento si no somos tales, si los demás no están viendo la luz a través de nosotros. Ahora bien, no estoy pensando en términos de ir por ahí con nuestras Biblias, tratando de dar luz a los hombres, sino de nosotros mismos siendo la luz. La Iglesia ha de ser la luz que es dada, y todos nosotros hemos de ser “luz en el Señor” (Efe. 5:8).
Ahora bien, la gran obra del enemigo es intentar producir oscuridad y sombras por medio de cualquier cosa que pueda hacerse para eclipsar la luz que la Iglesia es llamada a ser. Ha tenido un alto grado de éxito en todo eso, y siempre está enfrascado en esa labor. Sabemos que en cuanto surge cualquier diferencia, desacuerdo, división, falta de amor, hay una sombra, hay una oscuridad. Pero qué bendición es descubrir que dadas las circunstancias requeridas, puede haber luz que emane como en este capítulo, hasta los confines de la tierra, una luz hacia la que fluirán los hombres. Ese fluir se produce porque es algo hacia lo que debe fluir, algo que responde a una necesidad. Que el Señor nos ponga en esa posición en la que la necesidad esté siendo satisfecha todo el tiempo, hasta los fines más extremos.
LA IGLESIA, LA VASIJA DE LA RIQUEZA
Lo siguiente en este capítulo es, como hemos indicado, la riqueza. ¡Cuánto se habla de riquezas! Hay tanta riqueza que el mundo entero parece estar enriquecido por ella por todas partes. Esto no es una mera imaginación fantasiosa. Esto es algo para lo que el Señor ha provisto, porque Él ha llamado a eso, a tener a un pueblo en la tierra que, dondequiera que esté, sea el canal del enriquecimiento de otros en todas las direccio- nes, un pueblo por medio del cual broten riquezas espirituales.
Puedes ver lo cierto que es esto en el ministerio de Pablo. ¡Qué riquezas nos han sido abiertas por medio de él! He aquí un hombre que estaba él mismo inundado por la riqueza en la que él mismo había sido introducido. Él clamaba, “¡Oh, profundidad de las riquezas...!” (Ro. 11:33). Él hablaría de las “inescrutables riquezas de Cristo” (Ef. 3:8), y él nos daría la luz respecto a mucho de esas riquezas. Mira de nuevo a su ministerio, con ese pensamiento en mente. ¡Qué riquezas hay! ¿Deberíamos ser pobres, deberíamos estar en un estado de penuria espiritual? ¿Deberíamos estar viviendo de manera que sea difícil satisfacer los objetivos? ¿Debería ese ser el estado de la Iglesia, como tristemente es el caso en gran medida? ¿Debería esto ser así a la luz de toda esta riqueza?
Mira de nuevo a la inescrutables, inagotables riquezas que han venido a la luz a través sólo de este hombre. Si estás familiarizado con los vasos de luz que son sus cartas, te darás cuenta de que tú has sido sacado de tu profundidad. Hay una frase en el capítulo sesenta de Isaías: “porque se haya vuelto a ti la multitud del mar” (v. 5). Es una frase que da a conocer, como quizás nada podría dar a conocer, lo vastos que son los recursos que Dios ha destapado. Hace un año o dos leímos en los periódicos sobre el regreso de toda una flota de pesca hacia la costa Este de nuestro país. Tan grande era el recorrido que toda una flota de barcos de pesca tuvo que esperar durante horas por falta de lugar para atracar tantos barcos. El personal del puerto no tenía medios para tratar con ellos, y el temor era que grandes cantidades de pescado tuvieran que ser devueltos al mar. Pero es sólo una pequeña mancha en esta tierra. Después de todo, un mero microcosmos, parte del cuadro completo. No podemos imaginar vagamente el contenido del mar.
¿Qué pues, diremos de la abundancia del mar espiritual? ¡Que riquezas tan inefables! He intentado tratar con esto durante más de cuarenta años, y soy consciente aún de que estoy prácticamente ahogado en este mar. Cada vez que vienes a ello en el Espíritu, te das cuenta de que su alcance está mucho más allá de ti mismo. ¿Puedes hacer frente a la maravillosa luz de los consejos de Dios antes de que este mundo existiera? ¿Puedes hacer frente a todo lo que se dice de cómo serán los tiempos de los tiempos? Es algo que está absolutamente mucho más allá de todo esto. Pero de toda esta plenitud, tú y yo somos llamados a ser enriquecidos por causa de otros. La Iglesia es llamada a entrar en estas riquezas. ¡Que ricos deberíamos ser! Si no entiendes esto, pide al Señor que abra tus ojos a tu herencia en Cristo. La Iglesia es llamada a ser una vasija de resurrección, la vasija de la luz que ha venido, la vasija de la riqueza que ha sido destapada.
LA IGLESIA, LA VASIJA DEL GOBIERNO
Vemos el tema del gobierno claramente tocado por ambos, Isaías y el apóstol Pablo en sus epístolas. Este el cuadro de Isaías: “Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (v. 3). Con una palabra, tendrás poder, autoridad, gobierno. He aquí los gobernadores, el pueblo mismo que se supone ha de estar en el lugar del gobierno, y todos están cayendo a tus pies, todos pasan por delante de ti. Ciertamente eso es autoridad superior. ¿Hay algo de eso en las epístolas de Pablo? De hecho sí. ”...Sentándole a su diestra, en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra” (Efe. 1:20,21). Sí, incluso sobre principados y potestades y gobernadores de la oscuridad, y huestes espirituales de maldad. Y la Iglesia es llamada a esa posición. “...Y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (2:6). Todavía tenemos mucho que aprender sobre el lugar y el poder del gobierno, del mando, de la ascendencia espiritual; pero estamos diciendo que lo que la luz nos ha mostrado es que ese es el lugar de la Iglesia según la mente de Dios. Ese es nuestro lugar, el lugar del gobierno divino, la ascendencia, el poder en Cristo.
¡Si pudiéramos saber más sobre esto en la práctica! Pero seamos movidos a darnos cuenta de que esto no es algo a lo que tengamos que subir mediante nuestra lucha y esfuerzo. Hemos sido llevados ahí por Cristo. Él nos ha sentado con Él en los lugares celestiales. Él nos ha levantado, nos ha puesto por encima de todo. Ese es nuestro lugar por derecho. Pienso que una cosa que tú y yo debemos aprender –aunque tenemos que tener mucho cuidado con esto, puesto que algunos se han metido en problemas por causa de este asunto, desarrollando una fraseología especial, etc.–, no obstante, en nuestros tiempos de oración juntos, bien seamos dos o tres, o grupos más grandes, tenemos que aprender a permanecer en nuestro lugar de autoridad y gobierno. Todo el tiempo suplicamos, imploramos y rogamos, luchando, esforzándonos y tratando de llegar a algún lugar, pero muy rara vez tomando la posición que es nuestra en Cristo para gobernar situaciones y fuerzas espirituales. Y sin embargo, somos llamados a eso, al gobierno de una forma espiritual. Eso no requiere voces muy fuertes y lenguaje estridente. Es una posición espiritual, pero a la vez, un ejercicio definitivo y positivo, para ser desarrollado juntos como la Iglesia: el ejercicio de la autoridad sobre las autoridades que están operando en este universo.
LA LUZ PARA TODOS
Ya has apreciado la universalidad de lo que se habla en este capítulo 60 de Isaías, el tremendo y largo alcance que tiene. “Tus hijos vendrán de lejos” (v. 4), “La riqueza de las naciones” (v. 5), etc. Es algo muy completo y extenso. Este ministerio es universal; el valor de esta luz tiene un alcance tan grande. Y cuando te vuelves al ministerio de Pablo, encuentras lo mismo. Esto no es algo para unos pocos perdidos en un raro rincón de la tierra. Esto es algo para todos. Que Dios nos libre de la exclusividad; de atar nada que Él nos haya dado, a nosotros mismos, o grupitos pequeños por aquí y por allí. Que Dios nos haga saber que Él nos ha plantado justo en medio de las naciones y que Él ha dado suficiente para todo Su pueblo. Tenemos que tener cuidado con este asunto todo el tiempo, no sea que preservemos estas cosas para ciertas personas a las que les guste este tipo de cosas. Esta luz ha sido dada a todos, y tenemos que cuidarnos de cualquier cosa que nos impida ver lo que hay a disposición de todos. La luz de la Iglesia es universal: es para todos en todas partes.
Y hay suficiente de ella. No vamos a perder nada –ciertamente no vamos a quedarnos sin recursos– si nos ensanchamos a todo el pueblo del Señor. La verdadera forma de ensancharnos es el ensanchamiento de nuestros corazones hacia el pueblo del Señor. Ten cuidado, entonces. Sé cauteloso ante todo aquello que sea la propensión de la gente a aligerarse, a reservarlo todo exclusivamente para ciertos círculos estrechos. Recuerda que no es sólo para gente que lo ha visto y que ha respondido a ello. Muchos de entre el pueblo del Señor están en peligro de interpretar cosas de esta manera. El efecto de eso es pernicioso. Es destructivo para el mismo objeto por el que existe la Iglesia. La luz es para todos, igual que el amor es para todos. Debemos mantener el corazón y la mente abiertos. Es sorprendente cuánta gente hambrienta y con anhelo hay, que simplemente se cierran cuando no hay luz. Siempre tenemos que ser cautelosos en cuanto al hecho de que la luz está disponible para todos ellos.
Esta es una nota de advertencia muy necesaria. El Señor no hace que Su sol brille sólo sobre los buenos: la luz del sol hace mucho bien a personas muy malas, a gente muy malvada también. El Señor no dice, “Solo los buenos van a tener luz, sólo ellos tendrán el sol”. No. Esto es algo que está disponible para todos. Recibimos sorpresas, ¿verdad? Me avergüenza tener que decir que he tenido algunas sorpresas muy asombrosas. Digamos que alguien se encuentra con una persona querida con una tendencia muy fuerte a aparentar, tanto que es como si tuviera una espesa capa de pintura sobre sí, como si tuviera todo aquello que te haga retraerte, todo aquello que te hiciera alejarte lo más posible de esa persona. Y sin embargo, al tomar contacto, al empezar a hablar, descubres que su corazón tiene hambre y está listo. Eso no es exagerar, eso no es ficción, eso es cierto. Los corazones hambrientos y listos están escondidos detrás de cosas que nos repelen. Debemos mantener la luz para todos y nunca desanimarnos.
He hablado de cosas físicas, pero hay otras cosas que no deben desanimarnos – cosas eclesiásticas, cosas religiosas, cosas denominacionales– cualquier cosa que quieras. No te desanimes. No dejes que tu luz sea retenida de nadie por causa de estos complejos hacia lo que quizás tú piensas que no es el pensamiento completo del Señor. Mantente abierto a todos. Te encontrarás por el camino de las sorpresas y descubrirás que habrá respuestas maravillosas a la luz, desde los cuarteles más insospechados, si sólo te propones dejarlo disponible.
Esta luz es una cosa muy grande. “El sol nunca más te servirá de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará, sino que Jehová te será por luz perpetua, y el Dios tuyo por tu gloria” (Isaías 60:19). Eso es mucho más grande que las lumbreras naturales. ¡Qué grande es el Señor! Si nuestro sol es lo suficientemente grande para iluminar y calentar toda la tierra, ¡Cuánto más es el Señor! No guardes Su luz para tí mismo ni la ates en compartimentos. ”Levántate , resplandece porque ha venido tu luz, y la gloria del Señor ha nacido sobre ti”.
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