por T. Austin-Sparks
Capítulo 6 - Luz por Medio de la Muerte y la Resurrección
“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento. Alza tus ojos alrededor y mira, todos éstos se han juntado, vinieron a ti; tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas serán llevadas en brazos. Entonces verás, y resplandecerás; se maravillará y ensanchará tu corazón, porque se haya vuelto a ti la multitud del mar, y las riquezas de las naciones hayan venido a ti. Multitud de camellos te cubrirá; dromedarios de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso, y publicarán alabanzas de Jehová. Todo el ganado de Cedar será juntado para ti; carneros de Nebaiot te serán servidos; serán ofrecidos con agrado sobre mi altar, y glorificaré la casa de mi gloria. ¿Quiénes son éstos que vuelan como nubes, y como palomas a sus ventanas? Ciertamente a mí esperarán los de la costa, y las naves de Tarsis desde el principio, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos, al nombre de Jehová tu Dios, y al Santo de Israel, que te ha glorificado. Y extranjeros edificarán tus muros, y sus reyes te servirán; porque en mi ira te castigué, mas en mi buena voluntad tendré de ti misericordia. Tus puertas estarán de continuo abiertas; no se cerrarán de día ni de noche, para que a ti sean traídas las riquezas de las naciones, y conducidos a ti sus reyes. Porque la nación o el reino que no te sirviere perecerá, y del todo será asolado. La gloria del Líbano vendrá a ti, cipreses, pinos y bojes juntamente, para decorar el lugar de mi santuario; y yo honraré el lugar de mis pies. Y vendrán a ti humillados los hijos de los que te afligieron, y a las pisadas de tus pies se encorvarán todos los que te escarnecían, y te llamarán Ciudad de Jehová, Sion del Santo de Israel” (Isaías 60:1-14).
Estamos familiarizados con el hecho de que normalmente existen dos interpretaciones de las Escrituras en el Antiguo Testamento. Hay una interpretación histórica y otra espiritual: por un lado, lo que es según la carne, y por otro, lo que es según el Espíritu. En gran medida, se refiere a lo que corresponde al Israel natural, y por otro, a lo que se refiere a la Iglesia y a Cristo, tal y como se ve por medio de y aun más allá de Israel.
Esto, por supuesto, está muy claro en los Profetas. A veces no sabes si el profeta está hablando de sí mismo, o si está hablando de Israel o de Cristo. El mismo problema surgió con el etíope en el carro por el desierto, cuando preguntó a Felipe: “Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?” (Hechos 8:34). Muchos han pensado que Isaías 53 se refiere a Israel. Está perfectamente claro que, aunque puede haber una cierta medida de verdad en eso, no es la verdad íntegra ni mucho menos.
Aquí, como siempre, hay dos interpretaciones, y lo que es cierto de ese capítulo es cierto también del capítulo del que hemos leído. Se dice que este capítulo corresponde al remanente de Israel que será encontrado en Jerusalén al final. No vamos a cuestionar eso, pero es casi imposible dejar de ver que hay otro aspecto respecto de Isaías capítulo 60, y es ese otro aspecto en el que nos vamos a ocupar por el momento.
Aquí tenemos a Sión, la luz de Sión y la riqueza de Sión. Ya estás muy familiarizado con ese nombre, y sabes que nuestro Nuevo Testamento nos dice que “hemos venido”, no que vayamos a venir, no que estemos “marchando” hacia eso, sino que “hemos venido” a Sión, “la ciudad del Dios vivo” (He. 12:22). Y sin embargo, supongo que es cierto que estamos en un sentido de camino a Sión, no como lugar, sino como un estado de plenitud espiritual. Pero si es cierto que ya hemos venido a Sión –y no discutiremos ni un momento con el apóstol que lo afirma–, entonces, ¿no será igualmente cierto que las cosas que se dicen en el Antiguo Testamento, y aquí particularmente, sobre Sión, si se refieren en parte a algún Sión literal en esta tierra, ciertamente se refieren más al Sión al que ya hemos venido? Por tanto, la exhortación es al pueblo de este Sión, a esta “ciudad del Dios vivo” a la que “hemos venido” –y de la que de hecho somos parte. La exhortación para nosotros es: “Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz”.
LUZ MEDIANTE LA EXPERIENCIA DE LA RESURRECCIÓN
Miremos por un instante al terreno y a la naturaleza de esta luz que nos ha venido. De nuevo regresamos a esta puerta abierta a todo. Aquí comienza todo, y aquí irrumpe la luz, la resurrección de nuestro Señor, y nuestra resurrección con Él. Déjame recordarte ese maravilloso capítulo veinte del Evangelio de Juan. Confieso que no hay capítulo en la Biblia que me mueva más que este. Pero para mí, lo especial sobre esto es la luz que irrumpe. Desde temprano por la mañana, incluso antes de que fuera de día, había corazones esperando en la oscuridad, anhelando; y entonces es como si después de la noche oscura, el sol se levantara repentinamente sobre el horizonte, y comenzara a arrojar sus rayos sobre los cielos. Vemos al día abriéndose, a la luz rompiéndose y extendiéndose, y uno a uno, los discípulos atrapados en sus rayos. ¡Qué transformación! ¡Ciertamente se levantaron y resplandecieron porque su Luz había venido de hecho!
Ahora bien, el entorno de este capítulo de Isaías es exactamente igual. Hay un fragmento de él en el que leemos de la ira de Dios, la oscura noche de la ira de Dios que había pasado (v. 10b). Ciertamente el pueblo había estado bajo una oscura gracia en su exilio y cautiverio (usando el lenguaje de Ezequiel). Era una oscura noche, una noche de muerte espiritual; y por tanto era muerte para Sión durante ese tiempo. Sión había muerto y sido sepultada a lo largo de todo el período del cautiverio. Pero de nuevo aquí, usando el lenguaje de Ezequiel, las tumbas habían sido abiertas; había tenido lugar la resurrección. Isaías es el profeta de la resurrección, mirando a través de y más allá de la Cruz. Aquí, en la parte final de sus profecías, vemos las sombras saliendo y la mañana amaneciendo, y escuchamos este clamor triunfante –al salir el sol– “Levántate, resplandece, porque ha venido ya tu Luz”.
Es sobre el terreno de la resurrección sobre el que llega la luz, y eso es lo que da su carácter a la luz. Ese es su terreno, su naturaleza es de esa clase. Al ir hacia adelante podremos ver lo tremendamente potente que era esa luz; lo que hizo. Aquí hay luz que no es simplemente una obtención mental de ciertas cosas. No es ciertamente la luz de verdades recopiladas, un asunto estudiado, del intelecto, incluso de las cosas de Dios. Es una clase de luz completamente diferente.
Quiero enfatizar lo siguiente; no es simplemente una declaración de cosas. Queridos amigos, la luz, si ha de ser tan efectiva como la luz que se muestra así en este capítulo, tiene que ser de esta clase, la luz de la resurrección. Tú puedes recopilar lo que es dado por el ministerio público en tus propias libretas de apuntes con tu propio ministerio en mente, y después ir y ponerlo en venta. Esa no será la luz de esta clase. Con demasiada frecuencia, cuando estamos leyendo y cuando estamos escuchando, tenemos a otros en mente. Estamos pensando cómo vamos a hacer entender esto a otros, y así estamos más preocupados por el ministerio y la obra, y por tener material que dar a otros, de lo que estamos recibiendo; pero el asunto fundamental acá es ser hechos semejantes a Cristo.
Pero el hecho es que toda luz real brota de las realidades de Cristo al nacer de nuestra propia experiencia. Está bastante claro, en el caso de Israel o del remanente, y ciertamente aun más respecto de la iglesia, que esta luz es la luz que brota de una experiencia profunda, por medio de la cual y de la que la resurrección es la única respuesta.
¿Que hubiera sido si Dios no hubiera hecho lo que Él dijo que haría por el remanente? Él dijo: “He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel” (Ezequiel 37:12). Si el Señor no hubiera abierto sus sepulcros y no los hubiera sacado, esta parte de la profecía de Isaías no habría sido escrita, porque no hubiera habido nada de lo cual escribir. No habría sido posible decir sobre ningún terreno: “Ha venido tu luz”. El significado de esto es que “habéis estado en la oscuridad y habéis sido librados; habéis estado en muerte y habéis llegado a conocer el poder de la resurrección”.
RESURRECCIÓN, EL ÚLTIMO PUNTO DE LA FE
Por tanto, la misma naturaleza de la luz, que es la luz misma, luz conforme a este orden de vida, luz que ha de tener este efecto, es que es nacida de la experiencia, o de continuas experiencias de resurrección. Una cosa que hemos tratado de decir a todo lo largo de estas meditaciones, es simplemente esto, que por medio de los ejercicios necesarios de la fe una y otra vez, tenemos que alcanzar la meta final de la fe. Y el último objetivo final de la fe, es la resurrección.
Cuando el escritor de los Hebreos esta refiriéndose a la fe, y a la actividad de la fe de los ancestros, y cuando trata con Abraham, la última fase de la fe de Abraham que él menciona es cuando recibe a Isaac de entre los muertos. Ese es siempre el punto final para ser alcanzado por la fe.
Esto no es fe en la doctrina de la resurrección de Jesucristo, ni es la fe en el hecho histórico de la resurrección de Jesucristo. Es fe en la resurrección de Cristo como un poder activo presente. Por así decirlo, la resurrección de Jesucristo tiene que ser traída al presente. Esto no es una cosa meramente sentimental. Ha de ser algo para cada día de nuestras vidas.
Cada nueva mañana tiene que ser una nueva ocasión para probar el poder de Su resurrección. Tiene que ser así: y si es así, habrá una necesidad de ello. El Señor nos mantendrá sobre el terreno de una necesidad de conocer el poder de la resurrección y la vida de la resurrección.
Si de alguna manera estás involucrado en el ministerio, o en la obra del Señor, no importa cuanto estudies, cuanto leas sobre el asunto en cuestión, lo diligente que seas en tu búsqueda, no valdrá para nada si detrás de ello no hay una experiencia que produzca resurrección; es decir, una experiencia profunda que hace de la resurrección la única salida. El Señor no tiene lugar para meros maestros y predicadores mecánicos, reproductores de temas de segunda mano. El principio del Señor es llevarlo todo a una relación experimental con la persona en cuestión, y que eso sea guardado en poder, en frescura y en realidad.
Así, pues, el mismo entorno de Isaías 60, “levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria del Señor ha nacido sobre ti”, es el de la resurrección, en la experiencia de las personas en cuestión. Déjame repetirlo. No te preocupes más por el ministerio que en conocerle a Él; y la única forma de conocerle es el poder de Su resurrección. Puedes estar seguro de que si tienes esto como el fundamento y el entorno de tu vida, ¡tendrás el ministerio sin necesidad de investigación!
No estoy diciendo que el estudio no sea importante: lo que sí digo es que aunque pueda tener su lugar, tiene que ver con algo más que eso. Tiene que haber la experiencia de lo que estamos diciendo, la experiencia de la vida salvándonos en situaciones profundas y desesperadas. Este es el terreno en el que el Señor mantiene a Sus verdaderos siervos. Porque después de todo, la luz no es algo objetivo para nosotros. La luz es lo que somos. “Vosotros sois la luz del mundo” (Mateo 5:14); y lo que somos a través de la profunda historia de Dios en nuestras vidas. Así es como Dios nos hace luces.
LUZ EFECTIVA
Por tanto, la luz que es mencionada aquí es una luz que es vital, luz que es pura, que es efectiva. Fíjate que el resto de este capítulo muestra lo efectiva que es la luz. Qué tremenda efectividad se relaciona con esta clase de luz, que nace de la experiencia de la resurrección. Subraya todas las palabras de este capítulo que hacen referencia a riquezas: “la abundancia del mar”, “la riqueza de las naciones” (v.5b), oro e incienso (v. 6b), plata y oro (v. 9), etc. Ese es el valor, la efectividad de la luz de esta clase. Significa posesión de riqueza. Significa recursos para el enriquecimiento del pueblo. Cree esto: si quieres ser capaz de ayudar a las personas, de enriquecerlas, de llevarlas a la riqueza que hay en Cristo, de librarlas de su pobreza –y Dios sabe cómo está golpeado Su pueblo por la pobreza y qué poco conoce de Su riqueza– si quieres ayudar a otros a conocer esta riqueza, es por medio de la luz que viene a través de la resurrección.
En términos más simples, si estás atravesando un tiempo muy profundo y oscuro, puedes tener muchas riquezas de la oscuridad. La actitud correcta hacia nuestros tiempos de muerte y oscuridad es que todo eso puede significar riqueza; el Señor pretende traer más riquezas de todo esto para los demás; algo para su enriquecimiento va a salir de nuestros tiempos de muerte espiritual. Es la luz efectiva que enriquece, la que trae riquezas.
LUZ ATRACTIVA
Y después, fíjate como atrae: “tus hijos vendrán de lejos, y tus hijas serán llevadas en brazos” (v. 4b). “Las naves de Tarsis... para traer tus hijos de lejos” (v. 9a) etc. Todos vendrán, todos vendrán. ¿Por qué? Porque tienes algo que dar, tienes la luz que responde a sus problemas y a sus preguntas y dificultades. Como la luz atrae a la mariposa nocturna, así la necesidad es atraída hacia el lugar donde está la provisión. De todas estas experiencias de muerte y de oscuridad, que guían a la resurrección, surge algo que otros quieren. Y es así, si es según ese orden. Vienen por ello, sí, desde los confines de la tierra. No en busca de mera enseñanza, de interpretaciones o de doctrinas, sino en busca de luz viva y real que brota de la experiencia, la experiencia de la resurrección, una y otra vez.
No creo que haya necesidad de sentir una tremenda atracción de otra clase para poder reunir al pueblo con un propósito espiritual. Creo que si hay luz real y vital, el pueblo vendrá. El pueblo hallará su camino hasta llegar a ello. La respuesta a iglesias vacías no es entretenimiento y atracciones, sino luz viva. Esto es algo que puede probarse. Si hubiera más Luz, entonces habría un acercamiento.
LA PALABRA SE APLICA A UNA VASIJA COLECTIVA
Ahora bien, esta palabra, aunque por supuesto se aplique, como ha de aplicarse siempre a individuos, puesto que no puedes tener nada colectivo hasta que haya individuos que lo hagan así, es una palabra a una compañía, a un grupo; es una palabra a una vasija colectiva de vida. ‘Sión’ es algo corporativo, colectivo, y el Señor quiere estas vasijas, estas vasijas de luz, conforme a su clase. Lo que quiero resaltar al decir esto, es que no sólo atravesaremos experiencias de prueba profundas y oscuras a nivel individual. También pasaremos por esto en relación con nuestros compañeros creyentes. Existe una cosa que es la compañía del pueblo del Señor, la compañía que pasa por profundas experiencias en las que sólo el poder de Su resurrección puede satisfacer la necesidad. Por tanto, descubramos que somos participantes de este ministerio, y que estamos involucrados en algo que puede no ser personal.
Quizás estés pensando: “Oh, todo esto está ahí afuera, en el aire; o puede que tenga que ver con algo o con alguien en algún otro lugar. Pero yo no soy nadie, no tengo importancia; todo eso no tiene nada que ver conmigo”. Pero sí tiene que ver contigo en un aspecto. Eres parte de ese Cuerpo de Cristo que ha de ser la expresión de Su vida ascendida, y por tanto, tienes una participación en el sufrimiento que viene sobre el pueblo de Dios; he aquí la necesidad de conocer Su poder de resurrección. Y estamos sufriendo juntos con Él. Recordemos esto. ‘Juntos’ significa no sólo que estamos sufriendo con Cristo; estamos sufriendo juntos, con Cristo. Es nuestro sufrimiento colectivo o corporativo con Cristo igual que el reinado también ha de ser colectivo o corporativo. Sufriendo juntos, reinamos con Él. (Ro. 8:17b; 2 Tim. 2:12). Es la Iglesia lo que está en mente.
Así que lo que nunca podría llegar a nosotros individual y personalmente, nos llega en virtud de nuestra relación con algo mucho más grande que el Señor quiere usar.
Nos involucramos en algo que después de todo no es nuestra propia responsabilidad personal. El Señor busca una vasija, y somos parte de la vasija; y de una forma relacionada con esto, tenemos que conocer este poder de Su resurrección, para que la luz pueda brillar.
Sí, estas cosas corresponden y tienen que ver con la Iglesia. Pero muchos de los que leéis estas palabras sois meros individuos, o dos o tres esparcidos a largas distancias. Y podéis tener algún pensamiento en mente: “Bueno, eso es para la Iglesia, está hablando de la Iglesia, todo eso tiene que ver con la Iglesia. Yo soy un solitario individuo perdido en algún lugar; somos dos o tres que nos reunimos en un lugar remoto. No podemos ser considerados como la Iglesia, y por tanto, en algún grado esto apenas puede ser aplicable a nosotros”.
Así que es necesario traer una palabra correctiva al respecto, y la mejor forma de hacerlo es recordarte que cuando Pablo escribió sus últimas cartas a Timoteo y a Tito, principalmente para y sobre la Iglesia, él no las escribió a ningún grupo de cristianos en un lugar concreto, ni las escribió a varios grupos grandes de cristianos. Eran para todos los cristianos, tanto agrupados como esparcidos y solos, y han permanecido así desde entonces. Pablo pensaba comprensiva e inclusivamente en todos los creyentes, y simplemente les llamó ‘la iglesia’; eso es todo. Podrían haber estado aquí o allí o en muchos lugares, podrían ser parejas o grupitos pequeños, o quizás fueran las asambleas más grandes; pero en lo que a él concernía, eran la Iglesia.
Lo que él tenía que decir era aplicable a todos ellos; por esta razón, como enfatizaremos más adelante, es que en ese momento no pensó en ellos como finalmente en esta tierra. En cuanto a lo que concierne a la geografía y al tiempo, se había apartado completamente de las condiciones de la tierra, de lo meramente físico, y estaba viendo a la Iglesia desde el punto de vista de Dios y el Cielo, como una cosa. Así, este asunto de estar esparcidos y de la situación individual no se introdujo en esto en absoluto. A excepción de una manera, que cada fragmento, dondequiera que estuviese, era parte de un todo, como en el Cielo; por lo que todo era aplicable a cada fragmento.
El valor práctico de eso, como dije antes, es esto: que dondequiera que estemos, y no importa si estamos muy solos, aun así podremos estar involucrados en todo aquello en lo que está involucrada la Iglesia. Puedes estar solo en un lugar remoto, pero estás atado con tolo lo que corresponde a la Iglesia, con todo lo que le está pasando a la Iglesia, con todo lo que está conociendo la Iglesia, con todo lo que está sufriendo la Iglesia, con todo aquello a lo que la Iglesia está llamada. Estás atado a todo esto, está en ello, no estás separado de ello, dondequiera que estés. Es necesario que tú lo entiendas y que puedas decir: ‘Aunque estoy aquí en este lugar remoto, solo o con alguna otra persona, soy tan parte del conjunto de la Iglesia como ese otro grupo en tal lugar, o como cualquier otro grupo.
Porque en el Espíritu y en los lugares celestiales, siempre estás en la congregación completa de la Iglesia. Puede que no los veas, puede que quizás no tengas los beneficios extras de la comunión personal y de la asociación con todos los demás en la tierra, pero estás en la Iglesia completa, dondequiera que estés, parte de la congregación. Ya lo sabes, “hemos venido... a la asamblea general, a la iglesia de los primogénitos” (He. 12:22-23); y eso significa no sólo unos pocos en algún lugar concreto, o una gran muchedumbre en algún otro lugar. Quiere decir todos los hijos de Dios. Todos hemos venido a la asamblea general, a la Iglesia de los primogénitos. Esto se dice de todos nosotros, dondequiera que estemos.
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