por T. Austin-Sparks
Capítulo 3 - El Elemento Característico de la Vida Divina
Hemos señalado que la palabra griega para discípulo significa “un alumno”; aunque quiero hacer una corrección a esto. Los Evangelios no fueron todos escritos originalmente en griego, sino en arameo, y en arameo la palabra ‘discípulo’ no significa un estudiante, sino un aprendiz. De modo que tenemos que hacer un ajuste. Los discípulos no son sólo alumnos; también son aprendices. Jesús era un carpintero, y no pensaría en Sus discípulos simplemente como alumnos. Era más probable que pensara más en ellos como aprendices; es decir, que aprendían un trabajo. Usted puede ser un aprendiz de ingeniería, o de leyes, y la idea de un aprendiz es algo muy práctico. La idea de un estudiante es apenas teórica, y Jesús jamás quiso que Sus siervos fuesen meramente teóricos. Él quería que ellos fuesen muy prácticos, de modo que Su instrucción no era teórica, sino práctica. Él estaba entrenando a Sus discípulos para Su obra; no sólo para que fuesen predicadores, sino para la obra. Jesús no era simplemente un instructor. Él era un demostrador, y hay mucha diferencia entre un instructor y un demostrador. Así que Jesús llevó a Sus discípulos a situaciones muy prácticas.
Hemos mostrado cómo Juan dijo que Jesús siempre hacía Sus obras en presencia de Sus discípulos. Él los llevaba a situaciones reales y los involucraba en ellas, de modo que esas obras se convertían en parte de ellos. Nos debemos acordar de esto porque, como ya dijimos, se espera que seamos discípulos. Tal vez ustedes no hayan pensado en esto antes; pero ustedes son aprendices en la medida en que estuvieren asociados al Señor Jesús. Esta puede ser una idea nueva para ustedes, pero la realidad no es idea nueva. Ustedes saben muy bien que el Señor Jesús está llevándolos a ustedes a situaciones muy prácticas, y los está involucrando en situaciones donde ustedes tienen que aprender algo. Ustedes tienen que aprender cómo ser dueño y señor de una situación dada, y esto es un entrenamiento muy práctico. Así, quieran ustedes tomar el nombre o no, la verdad permanece. Si entramos en una relación con el Señor Jesús, esto significa que inmediatamente nos convertimos en aprendices.
En el Nuevo Testamento existen tres fases en el discipulado.
1. EL LLAMADO. Antes que todo, hubo el llamado, y parece que esto es mucho más genérico que el llamado de los doce. Es colocado de la siguiente forma: “Y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él. Y estableció a doce” (Marcos 3:13,14). El primero fue un llamado general. Jesús estaba llamando las personas: “Ven y sígueme”.
2. LOS ESCOGIDOS. Cierto número de personas respondió, y entonces, de entre ellos Él escogió a doce. No significa que todos los demás no eran fieles, o que no eran apropiados, pero esto claramente muestra que los doce entraron al servicio real de su llamado. Ustedes pueden ver muy claramente cuán verdad es esto en todos los tempos. Hay multitudes de personas que son apenas seguidores del Señor Jesús. Ellos tomarían uno de los otros nombres y se llamarían a sí mismos cristianos. Si usted preguntase: ‘¿Es usted un seguidor del Señor Jesús?’ Ellos dirían “Sí”, aunque muchos de ellos realmente no están queriendo decir que trabajan con Jesús. Y el Señor debe tener a aquellos que realmente signifiquen relación de trabajo, de modo que Él atrae a tales personas hacia lo más cerca de Él. Ser llamado es una cosa, sin embargo ser escogido significa otra cosa. Ustedes recuerdan que en el libro de Apocalipsis esas palabras son usadas cuando se habla sobre los seguidores del Cordero: “Y los que están con él son llamados y elegidos y fieles” (Apocalipsis 17:14). Hay una diferencia entre ser escogido y ser llamado.
3. LA OBRA DEL REINO. La tercera fase fue que Él los colocó en su obra y les dio una gran comisión. Voy a dejar esto aquí, y luego regresamos a retomarlo. ¿Cuál era la obra para la cual fueron escogidos los discípulos? Puedo colocar esto en el tiempo presente, pues nosotros estamos en la misma dispensación. ¿Cuál es la obra para la cual nos escogería el Señor? La respuesta es: la obra de Su Reino. Observe: “Y escogió a doce de ellos” (Lucas 6:13). Doce es el número del Reino. Jesús estaba siguiendo el modelo de las doce tribus de Israel, que eran llamadas a ser el reino del Mesías que vendría. Doce es el número del Reino. Jesús vino para establecer Su Reino y escogió discípulos, o aprendices, para la obra de ese Reino.
Aquí hay algo importante para que observemos. Jesús sabía de antemano cómo se desarrollarían los acontecimientos, y conozca exactamente lo que acontecería en su propia vida posteriormente. Él sabía que Israel lo rechazaría como Mesías y como la Cabeza del Reino, y rechazaría el Reino que Él había venido a establecer. Él sabía todo de antemano, y así Él estaba trabajando con esta presciencia. Él previó que el tempo llegaría cuando Él le diría a Israel: “El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43). Él estaba trabajando con esta presciencia de la transferencia del Reino de Israel a la Iglesia. Así, Él escogió doce. Este fue el núcleo de Su nuevo Reino, que, como representado por ellos, le llamarán ‘Señor’. Ellos irán por todas partes proclamando: “Jesucristo es el Señor”. Son personas que vinieron a avizorar por divina revelación el lugar de Jesucristo en la designación de Dios. Ellos llegaron a ver que “Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).
Así usted tiene el nuevo Reino y el nuevo Rey, pero hay una gran diferencia. El antiguo reino de Israel era temporal, un reino terreno, y el nuevo Reino es espiritual, un Reino celestial. Yo no me voy a extender sobre el Reino ahora, pero nosotros nos estamos moviendo en dirección a algo. Él escogió, y Él escoge, para la obra de Su Reino. Él nos coloca en su escuela como aprendices para que aprendamos la naturaleza del Reino, y lo que es realmente el Reino de los cielos. El último tòpico, y donde comenzamos nuevamente, es la base de este nuevo Reino. ¿Cuál es la base de este nuevo Reino espiritual y celestial? Es la vida celestial, la vida divina. Y ahora regresamos nuevamente a donde estábamos en el último mensaje. Juan, presentando al Señor Jesús, dijo: “En él estaba la vida” (Juan 1:4). Justo en el centro del Evangelio él coloca las palabras de Jesús: “Yo he venido para que tengan vida” (Juan 10:10). Y él resumió todo el Evangelio con: “Para que creyendo, tengáis vida” (Juan 20:31).
Juan, como dijimos, reunió todo su Evangelio, su Evangelio espiritual del Reino, alrededor de siete señales, y esas señales son una exposición del significado de esta vida del Reino. ¿Recuerdan ustedes que Juan dijo que él seleccionó esas señales entre muchas otras? Me agrada pensar en Juan haciendo esto. Él dijo que las señales que Jesús hizo eran tantas que “si se escribiesen una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21:25).
Y así, ustedes pueden pensar en Juan, con esta gran cantidad de material, diciendo para sí mismo: “Ahora quiero transmitir a aquellos que han de leer esto, la verdadera naturaleza y significado de esta vida divina. Tengo que seleccionar las mejores ilustraciones entre esta gran cantidad de material”. Y así él examinó todo y dijo: “Este es el primero, aquel es el segundo”, y así sucesivamente, y, entonces, seleccionó siete, y colocó esas siete señales en su libro, que es el Evangelio de la vida eterna. Recuérdese, él las llamó señales, no milagros, aunque fuesen milagros. Él no las llamó maravillas, aunque fuesen maravillas, ni las llamó poderes, aunque fuesen poderes. Él dejó que Mateo, Marcos y Lucas las llamaran por esos nombres. Él las llamó señales, lo que significó que ellas (las señales) apuntaran hacia algo más que a sí mismas. Fue la obra que Jesús hizo, que era una cosa, aunque el significado era otra. Juan dijo: “Quiero lograr el significado a través de la obra”.
Usted sabe lo que son las siete señales en el Evangelio de Juan; pero vamos a examinarlas rápidamente para refrescar nuestras memorias:
1. La transformación del agua en vino;
2. La curación del hijo de un oficial del rey;
3. El levantamiento del hombre paralítico en la fuente de Betesda;
4. La alimentación de los cinco mil;
5. El caminar sobre las aguas;
6. El dar la visión al hombre nacido ciego;
7. La resurrección de Lázaro.
Juan dijo: “Esto es suficiente. Si tan sólo yo consiguiese el significado de esas cosas, entonces las personas sabrán el significado de la vida”.
Ahora vamos a considerar esas siete señales, la primera de las cuales es la transformación del agua en vino.
“Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la madre de Jesús. Y fueron también invitados a las bodas Jesús y sus discípulos. Y faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: No tienen vino. Jesús le dijo: ¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora. Su madre dijo a los que servían: Haced todo lo que os dijere. Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua, conforme al rito de la purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían dos o tres cántaros. Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: Sacad ahora, y llevadlo al maestresala. Y se lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua hecha vino, sin saber él de dónde era, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo, y le dijo: Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora. Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Juan 2:1-11).
Naturalmente, hay muchas lecciones en este incidente, pero voy a dejarlas, a fin de llegar al punto principal. Estamos lidiando con la cuestión de la vida eterna, que Jesús vino a dar, y estamos procurando entender la naturaleza de esta vida. Con relación a todos nosotros, creo que es verdad que hemos recibido lo que el Nuevo Testamento llama vida eterna. Sin embargo, es importante para nosotros conocer lo que hemos recibido, esto es, lo que significa tener vida eterna, la vida que Jesús nos trajo en su propia Persona. Y aquí ustedes tienen la primera característica de esta vida.
La clave para este señal es el veredicto del maestro de ceremonia de la fiesta. Usted puede creer que este hombre sabía todo respecto de vino, si era bueno o malo. Él era una autoridad en vino. Él no habría sido responsable por la fiesta si realmente no conociese qué vino era. Por tanto, esta autoridad en vino nos da el secreto de todo esto en su veredicto. ¿Qué era aquello? “Tú has reservado el buen vino hasta ahora”. Si Juan y Jesús tuvieron la intención de que este vino ilustrase la vida eterna, entonces hay una cualidad sobre esta vida que es diferente de cualquier otro tipo de vida. Cualquier otro tipo de vida es lo que este hombre llamó “vino inferior”, aunque ustedes nunca sabrán cuán inferior es el otro vino hasta haber probado el mejor vino. El punto es que esta vida que Jesús da tiene una cualidad en ella.
Vamos a mirar nuevamente esta historia, y recordar que el corazón del incidente es la instrucción de los discípulos. Está escrito: “Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná”. No es muy fácil entender por qué Juan dijo “al tercer día” aquí. Si ustedes leyeran lo que viene antes, ustedes dirán: ‘Bien, evidentemente aquel incidente fue en el primer día, este otro en el segundo día y este fue al tercer día’; pero no es eso lo que dice. Todo lo que aquí dice es: “Al tercer día”. ¿Hace esto recordar algo? Él resucitó al tercer día (cfr. 1 Co. 15:4). El tercer día es el día de la resurrección, el día cuando la vida divina triunfa sobre la muerte, el día de la vida. “Al tercer día se hicieron unas bodas en Caná de Galilea”. Juan sabía lo que tenía en mente cuando estaba escribiendo, pues él tenía un pensamiento que discurría en su mente todo el tiempo: “Estoy trabajando en la línea de la vida de resurrección”, y él trajo esto en todas las cosas en su Evangelio. Y así este veredicto del maestro de ceremonia de la fiesta nos da la clave para la vida eterna. Es una cualidad en esta vida que es completamente diferente de cualquiera otra. Ustedes pueden entender, como dijimos, “leyendo entre líneas” cuál es la cualidad de esta vida.
Esto fue lo contrario del fracaso humano. Alguien había fallado, había cometido un terrible engaño; no habían provisto suficiente vino. Está escrito: “Y faltando el vino”. Esto era una situación terrible para una fiesta de bodas, pues el vino era todo, y, si faltase, toda la fiesta sería um fracaso. ¿Y qué aconteció? Todos miraban al maestro de ceremonia, y lo miraban con reprobación: “¡Oh, usted es un hombre terrible! Usted lo estropeó todo. Usted debía avergonzarse de usted mismo”. Y el pobre hombre bajó su cabeza de vergüenza. Él estaba completamente deshonrado como maestro de ceremo- nia. Jesús, al traer el vino nuevo, removió el fracaso humano y eliminó toda vergüenza humana. Él posibilitó que este pobre hombre irguiese su cabeza y sintiese que la fiesta era un gran éxito y no un gran fracaso.
Caros amigos, esto es exactamente lo que hace la vida divina; ella elimina el fracaso y la vergüenza. Ella hace posible que nosotros irgamos nuestras cabezas y digamos: “La vida no es un fracaso, ni algo de qué avergonzarse”. No tenemos que colgar la cabeza en el deshonor. ¿No es esto verdad de la vida que el Señor da? Hay una cualidad sobre esta vida que es diferente: ella da carácter a la persona que la recibe. Si ustedes pudieran pensar que estoy simplemente leyendo en esto algo de mi propia imaginación, yo puedo probarles que lo que digo es verdad.
Quiero que ustedes observen el cambio que aconteció en esos discípulos con la resurrección de Jesucristo. Mírenlos cuando el vino se acabó, cuando Jesús fue crucificado. Fue como si ellos lo hubiesen perdido todo. Ellos se preguntaban si no habían cometido un gran engaño confiando en Jesús, y se estaban yendo todo cabizbajos. Ellos se llenaron de temor de enfrentar a las personas que sabían que ellos fueron discípulos de Jesús. Cuando Pedro, el líder de ellos, estaba sentado en el patio, calentándose junto al fuego, una criada llegó y dijo: “También éste estaba con él” (Lc. 22:56), Pedro, sin embargo, le respondió: “Mujer, no lo conozco” (Lc. 22:57). ¡Qué vergüenza! ¡Qué deshonra! Sí, ellos eran hombres que estaban con sus cabezas dobladas porque pensaban que el vino se había acabado.
¡Miren esos mismos hombres no muchos días después! Sus cabezas están erguidas. Ellos pueden mirar a todo el mundo en la cara y no hay la menor señal de vergüenza alguna en ellos. Ellos se están enorgulleciendo de su fe en el Señor Jesús. ¡Qué diferencia la que hace la vida! Antes ellos eran cobardes, le temían hasta a una insignificante criada. Ahora observen el coraje de ellos! Fue dicho de los gobernantes que “viendo el denuedo de Pedro y de Juan” (Hechos 4:13). De cobardes se convirtieron en hombres de coraje. De ser hombres que estaban avergonzados de estar en el mundo, se convirtieron en hombres de dignidad; que están de pie delante de todos. De hombres que estaban siempre pensando en sí mismos e intentando atraer todo hacia sí mismos –tal como el primer lugar en el Reino–, ahora son hombres que se olvidaron de sí mismos, y son completamente desapegados de sí mismos, pensando sólo en los intereses del Señor y no en los de ellos mismos.
Ellos habían sido hombres que tenían muy poca compasión por otras personas. La pobre mujer cananea llegó clamando al Señor para que ayudara a su hija, y los discípulos dijeron: “Despídela, pues da voces tras nosotros” (Mt. 15:23). Cuando Jesús entró en cierta ciudad, las personas no lo recibieron; entonces, los discípulos dijeron: “Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?’ (Lucas 9:54). Las madres traían a sus niños a Jesús para que recibieran una bendición, y los discípulos se lo impedían. No había mucha simpatía en sus corazones por otras personas.
Ahora obsérvenlos. Después de la resurrección y que la vida hubiese entrado en ellos, todo el mundo está en sus corazones; y sus corazones se hicieron tan grandes como el mundo. Ellos van a todas partes con esta gran compasión por los hombres pecadores.
En los viejos tiempos ellos no podían enfrentar ningún tipo de dificultad. Comenzaban a desistir completamente tan pronto como las cosas salían erradas. “Dura es esta palabra” (Juan 6:60). “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él” (Juan 6:66). Esos doce también estaban demasiado dispuestos para desistir cuando las cosas se volvieran difíciles.
Ahora miren a estos hombres. ¿Para qué hablar de las dificultades? Porque las dificultades que enfrentan ahora son más abrumadoras que cualquier cosa de las que ellos habían conocido antes. Todas las autoridades, todo el mundo, todas las circunstancias, y el propio diablo están contra ellos, aunque ellos avanzan, no desisten. No se dan por vencidos. Esta vida les trajo una nueva fuerza, el poder para resistir.
Todo esto está en el vino nuevo. Hay una cualidad en esta vida, que hace de nosotros personas diferentes de lo que somos naturalmente. Coloca dentro de nosotros aquello que estaba en el propio Cristo, y somos más capaces para comprender las palabras: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). No hay mucha esperanza de gloria en el vino viejo, queridos amigos. No hay mucha esperanza de gloria en aquel viejo vino, en la vida natural, sino que la esperanza viene con la vida que Cristo trae. Esta vida es el carácter mismo del propio Señor.
Ustedes comprenden, había algo en Él, que era diferente. Los gobernantes lo miraban, y había un gran interrogante en sus rostros. Ellos realmente estaban perplejos, y no sabían cómo explicarlo. Ellos veían Su vida, Su obra, y el maravilloso hecho de Su vida y de Su obra. Ellos oían Su enseñanza, y veían cómo Él satisfacía la necesidad de las personas. Y decían: “¿No es éste el carpintero?” (Mr. 6:3). Pero hay algo diferente respecto de este carpintero, algo más que sólo un carpintero común. Vean Su dignidad cuando caminaba entre ellos; y ¡qué dignidad hubo cuando Él compareció delante de Pilatos! Ellos intentaban hacerlo parecer muy pequeño; sin embargo, todo lo que le hicieron no eliminó Su dignidad. ¡Qué resistencia había en Él!
Él resistió “hasta el fin”. ¡Qué diferente cualidad había en Jesús en comparación con los demás hombres! Era la cualidad de la vida que estaba en Él, la propia vida de Dios, la vida divina, la vida eterna, lo que explicaba todo con relación a Su carácter.
Queridos amigos, es para que ustedes y yo tengamos esta misma vida. Esta vida fue liberada de Él en la cruz, y fue traída a nosotros por el Espíritu Santo. Ahora, ¿entendemos nosotros lo que significa esa vida? Tiene que haber algo en nosotros que es diferente. Cualquier persona que tenga algo de inteligencia, como el maestro de ceremonia de la fiesta, tiene que ser capaz de decir: “Esas personas son diferentes. Ellas tienen algo que nosotros no tenemos. Hay carácter en ellas”. Nosotros como cristianos tenemos que ser marcados porunla dignidad espiritual. No tenemos que seguir con nuestras cabezas inclinadas, avergonzados de estar vivos. Tenemos que erguir nuestras cabezas en el sentido correcto. Tiene que haber valentía real en nosotros, y resistencia para los sufrimientos en nosotros. Sí, hay una cualidad en esta vida. Me pregunto cuál es el veredicto de este mundo sobre nosotros. ¿Será que el mundo dice –o es capaz de decir: “Bien, nuestro tipo de vida es muy pobre en comparación con la de ellos. La vida de ellos es diferente, y es mejor. Ustedes han guardado el mejor vino hasta ahora?”
Esta es la señal número Uno. ¡Cuán rico, cuán desafiador es todo! Llega a nuestros corazones con un gran interrogante. Sin embargo, queridos amigos, si tenemos la vida, y si permitimos que la vida tenga su curso en nosotros, es esto lo que ella hará. Nosotros podemos ser vinos pobres naturalmente, pero cuando el Señor Jesús llega con Su vida, será el mejor vino.
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