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El Testimonio del Señor y la Necesidad del Mundo

por T. Austin-Sparks

Capítulo 3 - Nuestra Necesidad: Una Visión de Dios

“Sin profecía el pueblo se desenfrena” (Proverbios 29:18).

“El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia” (1 Samuel 3:1).

“Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su sueño. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él” (Zacarías 4:1,2).

“Pero levántate(, Pablo,) y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados. Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26:16-19).

“Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne” (Romanos 1:1-3).

Si yo fuese cuestionado en cuanto a lo que considero que es la necesidad que involucra el mayor número de asuntos vitales entre el pueblo del Señor, resumiría todo en una palabra: visión, una visión dada por Dios. Si reflexionamos por algunos minutos, veremos que la Biblia está casi por entero relacionada con la vida, que toda la fe cristiana neotestamentaria es un asunto de visión, y la totalidad de la vida y servicios cristianos involucran visión.

La visión comprende dos aspectos: significa algo visto, y también la capacidad de ver; es tanto algo presentado para ser visto, como la capacidad de ver lo que es presentado. Eso es visión. Puede haber una visión imperceptible en un primer momento, una presentación no discernible. Así ciertamente sería muy difícil que estimemos el valor y la importancia de la visión divinamente concedida.

En el Nuevo Testamento también es utilizada otra palabra para visión. Es la palabra “revelación” ese es un término muy amplio. Sin importar qué punto trataremos respecto de la vida cristiana del Nuevo Testamento, estaremos tratando de la visión o revelación.

El comienzo de la Vida Espiritual

En el Nuevo Testamento, el comienzo o el estado inicial de la vida cristiana es visto como un asunto de revelación o visión. Esto es una presentación al corazón y una comprensión de corazón sobre el Señor Jesús; y a menos que sea esa la natura- leza del comienzo de la vida cristiana, habrá una carencia esencial y vital. A cualquier vida cristiana que sea simplemente de consentimiento mental a ciertas proposiciones de la verdad cristiana, y de la asignatura del nombre en una hoja de papel que diga que usted se hizo cristiano, le falta algo que es esencial para hacer de ella una fuerza poderosa. En el Nuevo Testamento, los orígenes de la vida cristiana constituyen una revelación de Cristo al corazón en un entendimiento de Él de corazón. Es un asunto de visión espiritual interior. Esa visión puede ser de carácter absolutamente elemental, puede ser muy imperfecta en lo que concierne a la plenitud de Cristo, pero es suficiente para su propósito inmediato, y es tremendamente real para aquellos que la poseen, para aquellos que son capaces de decir, con las palabras que fueren: “Yo quiero ver al Señor Jesús como mi Salvador”. Cuando tal cosa puede ser dicha con realidad, eso representa visión, si esa es la visión del corazón. Entonces, cuando tratamos de los orígenes de la vida cristiana en el Nuevo Testamento, tratamos sobre la visión.

La Continuación de la Vida Espiritual

Cuando tratamos de la continuación de la vida cristiana en el Nuevo Testamento, también nos topamos con visión. La continuación de la vida cristiana es el desarrollo, el crecimiento, el progreso, lo que implica la mayor plenitud de Cristo. Y cuando se alcanza un entendimiento más pleno de Cristo en el Nuevo Testamento, cuando se logra algún progreso, algún movimiento, algún avance, algún desarrollo, algún crecimiento, se nota que eso siempre habrá sido por medio de una nueva visión o revelación. Es un desvelamiento adicional, una revelación más completa. Es una capacidad de ver concedida por el Espíritu Santo, y una nueva comprensión por parte del corazón sobre algo presentado. Es muy diferente de un mero conocimiento intelectual de la doctrina cristiana, lo cual puede quedarse corto frente a ese poder dinámico de expansión de la vida espiritual. El verdadero progreso, tal como lo encontramos en el Nuevo Testamento, tiene como base una revelación nueva, una revelación más abundante, una nueva visión. Teniendo eso como verdadero, un creyente activo tiene su progreso marcado por ser capaz de decir como decía al principio: “Yo quiero ver al Señor de una manera nueva, de una forma más abundante, con los ojos del corazón iluminados”.

La Consumación de la Vida Espiritual

Lo que es verdad en cuanto al inicio y a la continuación, también lo es con relación a la consumación de la vida espiritual. Si tratamos de la consumación de la vida espiritual en el Nuevo Testamento, veremos que eso debe ser hecho con una revelación de Jesucristo. ¿Qué es la consumación de la vida espiritual? Es la aparición de Cristo, y surge ligada, total e inseparablemente ligada a la consumación de nuestro progreso espiritual. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1). Ese es el comienzo. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (v.2). Esa es la consumación de la vida espiritual. Seremos como Él porque le veremos. Hay un maravilloso poder de cambio por el hecho de ver al Señor, desde el comienzo al fin.

La Visión Necesaria Para el Servicio

El mismo hecho es válido para el servicio. Observe el servicio en el Nuevo Testamento, y constatará que está ligado a la visión. Si el apóstol Pablo es una representación del verdadero servicio espiritual, es patente que la visión fue la base de todo lo relacionado con él. “No fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26:19). Él fue constituido ministro y testigo porque el Señor se le apareció a él. Él hizo referencia a eso en su carta a los Gálatas con palabras que nos son muy familiares: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre” (Gálatas 1:15,16).

La Visión que Libera

Cuán importante es, entonces, la visión, si es verdadera- mente el cimiento, el fundamento, la base y la vida y servicio relacionados con el Señor Jesús. La visión ejerce un poder magnífico entre el pueblo del Señor. Uno de los efectos de la verdadera visión, de la visión dada por Dios, es separar a Su pueblo de todo aquello que sea menos que el Señor, y ese efecto tiene su importancia. Es un poder liberador. Y es en ese sentido que la visión es tan necesaria hoy en día. El pueblo del Señor está muy limitado, muy pequeño, muy exiguo, muy constreñido, muy preso, muy inhibido y muy corto en su horizonte espiritual. Ese pueblo está muy limitado por las aceptaciones comunes tradicionales , en lo que se refiere al sistema, por aquello de que lo que “era como en el comienzo, es ahora y siempre será”. Es algo que se hizo estático, inalterado.

El propio Pablo se movió dentro de una esfera muy rígida y fija, el reino de “tú debes y tú no debes” –reglas que podían ser aplicadas en un sin número de asuntos en la esfera de un sistema muy rígido de la vida religiosa– que aprisionaba, de manera bastante considerable, a esa tierra. Y entonces él tuvo la visión del Señor; y en el día en que recibió esa visión dada por Dios, se hizo libre de esta tierra, de todo lo que está ligado al mundo, incluso lo ligado de manera religiosa. Él fue librado de todo aquello que, con terrible poder, lo amarraba tan rígida y firmemente durante toda su antigua vida.

Este es – y ya nos referimos a eso – uno de los milagros del Nuevo Testamento: cómo un fariseo de la peor especie, un judío tan extremadamente radical como lo era Saulo de Tarso, pudiera ser separado de toda la tiranía y esclavitud del judaísmo, e ir exactamente a un lugar de libertad donde él podía decir algo así: “Para nada cuenta estar o no estar circuncidados; lo que importa es ser parte de una nueva creación” (Gá. 6:15 - NVI). Piense en un hombre como Saulo de Tarso diciendo eso, dejando toda su historia tras de sí, con su nacimiento, su crianza, su instrucción. No es fácil librarse de algo que está en la propia sangre, así como ha estado en la sangre por varias generaciones. Así, tendríamos que ser de aquella costumbre, y nunca podríamos pensar de manera diferente. Eso no es algo pasivo, sino algo activo y enérgico en nuestro ser, haciéndonos tomar aquella dirección. Así era el judaísmo.

Toda aquella tremenda vehemencia de Saulo de Tarso lo hizo ser más celoso que los demás; “aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso” (Gá. 1:14), dijo él. Todo eso estaba en la sangre del hombre. Y ahora encontramos a un hombre libre de eso, repudiando a toda esa situación y regresándole al reverso, listo para combatir y derribar, ahora con una nueva fuerza y un nuevo poder. ¿Què hizo eso? Fue la visión. No exactamente una visión mística, sino algo más allá de lo psíquico. Es el milagro de una revelación de Jesucristo, y nada más lo puede realizar. Ese tipo de visión nos libera de todo aquello que es menos que el Señor, incluso que se trate de algo de orden religioso.

Una Visión que Une

La verdadera visión, la que es dada por Dios, es un extraor- dinario poder unificador y de consolidación. Proverbios 29:18 toca ese punto. La Biblia de Jerusalén trae una buena traduc- ción del versículo: “Cuando no hay visiones, el pueblo se relaja”. Ese versículo, más literalmente, sería: “Donde no hay visión, el pueblo se desintegra”, o, si usted prefiere, “se convierte en ruinas, cada uno se aísla, pierde su cohesión, pierde su solidez, el pueblo se extravía”. Esa es la pura verdad. Sólo debemos observar los días de Samuel: “En aquellos días (...) Las visiones no eran frecuentes” (1 Sam. 3:1), y ¿cómo fueron aquellos días? Días trágicos, días terribles. Uno de los trágicos frutos de aquello días fue que el pueblo haya dicho: “He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (8:5). Con tal petición, ellos rechazaron la teocracia, el que Dios reinara, y quisieron un hombre en lugar de Dios. Eso siempre es desastroso. Hasta aquella época, Dios había sido el rey de ellos, su Señor; Él había estado en el trono, pero ahora ellos habían perdido la visión y colocado a un hombre en Su lugar. Y qué tragedia constituyó eso. El pueblo fue arrasado en aquellos días. Los filisteos consiguieron el dominio, el arca fue llevada en cautiverio, todo fue marcado por la debilidad y la desintegración; el pueblo estaba arruinado; no había visión.

Hay una patética carencia de cohesión entre el pueblo del Señor hoy en día. ¿Por qué toda esa desintegración, esas fragmentaciones, esas fracciones dispersas? ¿Por qué toda esa división entre el pueblo del Señor? ¿Por qué? Porque la interpretación humana ha tomado el lugar de la revelación del Espíritu Santo. ¿Eso es verdad? Oh sí, eso es verdad. Cuando el Espíritu Santo está en Su lugar y las personas están siendo iluminadas y enseñadas por Él, no hay dos mentes; hay una sola mente, una sola visión, una maravillosa integración. Esta es una tremenda necesidad hoy: que haya una nueva revelación por el Espíritu Santo al corazón del pueblo de Dios, y con la revelación se conviertan en un solo pueblo, gobernado por una sola visión. Así fue al comienzo.

Pero usted podrá decir: “Usted está proponiendo un proyecto de perfección, algo en lo que nadie más se atreve a tener esperanza de alcanzar actualmente”. Bien, yo me atrevo a esperar eso; no por algo que incluya a todo el pueblo del Señor, mas yo creo que un fragmento mucho mayor del que existe hoy es ciertamente posible. Somos llamados a orar a fin de que el Señor dé una visión a los instrumentos de Su ministerio en estos días en que Él traerá a Su pueblo hacia una nueva revelación de Sí mismo, y entonces lo irá uniendo, no como una organización, ni como una multitud de personas que aceptan cierta interpretación, sino unirlos espiritualmente, porque han querido ver al Señor de una manera nueva. Y todo lo que estamos pidiendo es que haya un ministrar así de Cristo en ese mundo, por la revelación del Espíritu Santo, para que todo lo que no sea de Cristo sea retirado, y el pueblo sea unido al Señor mismo. Y si estuvieren unidos con Él, entonces habrá unidad, y cesarán las divisiones.

La Visión que Sustenta

¿Qué es una visión con poder de sustentación? Tomemos una vez más al apóstol Pablo como ejemplo. ¿Qué lo mantenía avanzando? Si había un hombre, naturalmente hablando, que debía desistir, ese hombre era Pablo. Me imagino a Pablo resignado a todo en algunas situaciones. Si yo o usted hubiése- mos sido el pastor de la iglesia en Corinto, creo que habríamos desistido muy rápidamente. Tal vez en otros lugares, escogié- semos un ministerio pastoral itinerante (si eso no es una contradicción de términos), porque no soportamos el encargo local. Pero Pablo soportó hasta el fin; incluso cuando ellos desistían, Pablo no desistía de ellos. ¡Y cómo sufrió! Cuánta cosa hubo para hacerlo caer, pero él continuó hasta que pudo decir: “He completado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4:7). Puedo hasta escuchar un eco de las palabras del Maestro respecto de eso, de otra manera: “Ningún hombre puede tomar eso de mí, es de mi propiedad”. Es un continuar hasta el fin por el poder de Dios. Pero ¿qué sustentó su caminar? Fue su visión del Señor. La visión celestial. La revelación de Cristo es un gran poder de sustentación.

La Naturaleza de la Visión

Decir que lo que necesitamos es de una visión de Cristo, puede llevarnos muy lejos, a pesar de que percibamos la existencia de tal necesidad y el valor de la visión. En Romanos 1:1-3, Pablo dice que la revelación concerniente al Hijo de Dios fue dada por los profetas en las Escrituras. Pero lo que nosotros queremos ver, lo que necesitamos ver, es que en el Nuevo Testamento hay una convergencia, de manera espiritual, de los significados más profundos de las visiones de los profetas. En el referido presente pasaje al comienzo de la carta a los Romanos, respecto al Hijo, lo que fuera prometido por medio de los profetas, al menos tenemos la sugestión de que en el Nuevo Testamento está definido el valor espiritual de aquello que los profetas vieron, de aquello que estaba en la visión de los profetas. Ilustraremos tal colocación con algunos ejemplos.

Decimos que en el Nuevo Testamento tenemos, de manera espiritual, para nuestro entendimiento sobre Cristo, aquello que en verdad estaba inicialmente encubierto en la visión de los profetas. Tomemos cuatro ilustraciones de la visión profética.

La Visión de Cristo Como la Soberana Cabeza de la Iglesia

Regresemos al profeta Isaías, en el capítulo 6 de sus profecías, y observemos ese conocido pasaje: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo” (v. 1). Es el Evangelio que concierne al Hijo, prometido en las Escrituras por medio de los profetas. Pero, ¿en qué lugar aparece el Evangelio? Eso es una cuestión de visión. ¿Cómo está eso representado en el Nuevo Testamento?

El Nuevo Testamento está lleno de la supremacía y de la sublimidad del Señor sentado sobre el trono, y el Nuevo Testamento está lleno de Sus vestiduras llenando el templo. En otras palabras, es la soberanía absoluta de Jesucristo como Cabeza de Su Iglesia. Dios lo resucitó de entre los muertos “...sentándole a su diestra en los lugares celestiales (‘sentado sobre un trono’), sobre todo principado y autoridad y poder y señorío (‘alto y sublime’), y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (las faldas de sus vestiduras llenaban el templo)” (Efesios 1:20-23). Eso es una revelación de Cristo en Su encabezamiento sobre todas las cosas concernientes a la Iglesia, que es Su Cuerpo, la cual es la plenitud de Èl.

Busquemos una visión de eso. Busquemos una revelación de eso a nuestro corazón por el Espíritu Santo, y veamos su poder de liberación y de sustentación. Esa debe ser la revelación presente en el corazón. Es eso lo que el Señor ha buscado revelar hace mucho tiempo y cada vez más a nuestro corazón.

En vista de que ese es el aspecto de la visión que nos fue presentado, usted y yo tenemos que buscar al Señor a fin de obtener la capacidad espiritual para ver tal aspecto. Y eso nos remite a otro fragmento de la misma carta: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (1:17-18). “Iluminados los ojos de vuestro corazón”: ese es el otro aspecto de la visión.

¿Va usted a orar para tener eso? ¿Va usted a orar para que todo el pueblo de Dios tenga eso? Cuando el pueblo del Señor alcance una nueva revelación espiritual por el Espíritu Santo sobre el soberano encabezamiento de Cristo, y comenzare a retener la Cabeza (Col. 2:19), sacando de la mente todo lo que es local, personal, diferente y disperso en el mundo. Ese es el lugar de la unidad. No tendremos discordias entre nosotros, como hijos del Señor, si Cristo fuere la absoluta y soberana Cabeza en nuestra vida. Cuando el Señor Jesús alcance el dominio completo como Cabeza en nuestra vida, toda indepen- dencia de acción y vida, toda voluntad propia, todo rumbo propio, gloria propia y vindicación propia se irán enseguida. Esos son los elementos que nos separan los unos de los otros.

Mencionamos el libro de Isaías; debemos recordar que allí tenemos los resultados de una visión de ese tipo en el hombre Isaías. Tal visión tiene el efecto inmediato de humillarlo hasta el polvo. Sí, perdemos todo el orgullo, toda la importancia cuando vemos al Señor en gloria. “Ay de mí”. Eso es humillación. Entonces, tras la humillación viene la consagración: “He aquí que esto (la brasa) tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado”. Y tras la humillación y la consagración, viene el llamamiento. “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí” (6:6-8).

Una vida adecuada a los propósitos del Señor para el servicio es el resultado completo de una revelación del señorío absoluto y soberano de Jesucristo. Concluimos eso del libro de Isaías, y así fue en el Nuevo Testamento. Vaya al libro de los hechos y podrá ver que el servicio ahí fluía como fruto de la exaltación de Cristo, a quien ellos habían visto.

La Visión de Cristo en Su Señorío Universal

Pasando por Isaías, Efesios y Colosenses, nos movemos ahora hasta Daniel. Nos detendremos en unos pocos pasajes. No podemos ir al fondo en las visiones de Daniel, sino que resumiéndolas, ¿cuál será el resultado principal? ¿Ellas no representan el curso de la historia del mundo moviéndose en dirección a Cristo para su (de la historia) consumación? Los imperios pasan como un espectáculo teatral ante los ojos espirituales de ese profeta. Continuando en esta visión, él contempla esos poderosos imperios mundiales, cada uno siendo derribado antes de su sucesor. Y al final, él ve una piedra, lanzada no por manos, dividir la historia de ese mundo, y un reino edificado, cuyo fin no es visto y nunca será visto, y el dominio y la autoridad concedidos al pueblo del Altísimo, y el Altísimo viniendo a reinar, pues de Él es el derecho de reinar: esta es la consumación de la historia del mundo, el teatro de todos los imperios moviéndose en dirección a Cristo. Esa es una gran lección espiritual, pero su valor espiritual aparece inmediatamente en la carta a los Colosenses, tanto como en otras partes del Nuevo Testamento, y ahí está perfectamente claro que el predestinado propósito de Dios para este mundo es que Cristo sea, al final, todo en todos, preeminente en absoluto en el universo, y a pesar de parecer que otros poderes están controlando la historia de este mundo, hay fuerzas mucho más poderosas controlándolo y pareciendo conducir su destino. Cuando Daniel vio esas fuerzas trabajando –como por ejemplo, durante las conquistas de Alejandro el Grande, en todo el mundo–, no hay duda de que él se maravilló con el fin que esperaba de ese imperio. Ese hombre, Alejandro, había capturado y conquistado todo, subyugando todas las cosas; y no había más reinos para conquistar, pues él ya poseía el dominio absoluto. Y entonces Daniel vio a Alejandro el Grande derribado con un soplo, destruido antes de que alcanzase una mediana edad, y vio otro poder que sobrevenía. Y Daniel vio más. ¿Cuál sería el fin de todo eso? Él ve el fin en las manos del Hijo del Hombre.

Notemos el mundo de hoy, y entonces cuestionaremos mirándolo naturalmente: “Bien, ¿qué acontecerá después? Las cosas van de mal en peor. Vea cómo están todas las cosas. Vea cuánta cosa terrible aconteciendo en el mundo”. Las vemos y preguntamos: “¿Cuál será el fin de eso?” El fin será Jesús en el trono del dominio universal. Nada puede evitar eso. Tenga eso en su corazón, y vea cuánto poder tendrá esa visión. La visión tiene un poder inmenso. Donde no hay visión, el pueblo ciertamente se hará pedazos, usted ciertamente caerá en pedazos si estuviese aprisionado a las condiciones del mundo, y si tales condiciones fuesen todo lo que usted pudiese ver; es el corazón del hombre debilitándose por el miedo; pero hace toda la diferencia cuando se tiene la visión.

Colosenses 1:16,17 establece definitivamente: “Porque en él fueron creadas todas las cosas (...) Todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”. Y Él está destinado por los eternos consejos de Dios para tener, al final, la preeminencia en todas las cosas (v. 18). El primer capítulo de la carta a los Colosenses es la suma espiritual de las visiones de Daniel.

La Visión de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo

Pasemos inmediatamente de Daniel a Ezequiel. Entre las muchas visiones de Dios concedidas a Ezequiel, seleccionamos una que nos es muy familiar, la del capítulo 40, la visión del templo que está para venir, el templo designado para la época final. La visión es de un ángel con una caña de medir, un bastón, viniendo y midiendo el patio y el templo, y tomando de manera detallada las medidas de todos los elementos relacio- nados con el templo: los muros, su complemento y extensión; cada pasaje, cada corredor, cada cámara, cada vaso; todo registrado en sus dimensiones exactas. Y está muy determinada la razón de esas cosas, como por ejemplo, para qué sirve cada cámara, Todo está descrito en su naturaleza, en sus dimensiones y en su propósito. Y fuera del templo, el río debajo del altar, brotando, ganando volumen, profundidad, longitud y fuerza, conforme va avanzando. Los árboles en ambos lados, continuamente generando frutos, y cuyas hojas nunca caen. Y usted pregunta: “¿Dónde está el Evangelio?” Regresemos nuevamente a la carta a los Efesios y tendremos todo ese hecho muy claro y descrito con precisión y explicado para nosotros.

Ese templo tiene su parte espiritual en la dispensación para la Iglesia, que es Su Cuerpo; he aquí, en ese templo, tenemos a Cristo manifestado como la Iglesia, y tenemos las medidas de Cristo, en las cuales Su pueblo ha de encajar, a fin de que cada uno ejerza una función, “según la actividad propia de cada miembro”, conforme lo expone Pablo en Efesios 4:16. Esa es su medida en Cristo. No esté en menor cuantía de esa medida, ni intente excederla. Entonces, alcanzaremos nuestra plena medida cuando estemos juntos. Pablo lo registra así: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe (...) a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (v. 13).

No solamente tenemos una medida, sino que también tenemos un lugar para funcionar en Cristo, para que haya en ese Templo los lugares del ministerio, y cada uno tenga su lugar designado en el ministerio, y cada coyuntura funcione, y cada miembro cumpla su función: “Porque (...) el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros” (1 Co. 12:12), “pero no todos los miembros tienen la misma función” (Ro. 12:4), a pesar de que cada uno tiene su función; no la misma función, pero todos tienen un ministerio.

Y existen las cámaras para el descanso de los siervos del Señor. Los lugares de descanso. Y usted y yo venimos a descansar en Cristo. Estamos tan familiarizados con eso, que tal afirmación ya no dispara sensación alguna que maraville nuestro corazón, sino que el Evangelio aparece en todo eso y vino por revelación por medio de los profetas.

Qué bueno sería si usted y yo tuviésemos la visión de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo, del maravilloso orden celestial, según el cual a cada uno de nosotros es dada una medida, “de acuerdo con nuestra medida”, y que nosotros debemos ser operantes en esa medida. A cada uno de nosotros es dado un lugar en Cristo, y para cada uno es dado un ministerio en Cristo, y cada uno, por tener un lugar, una medida y un ministerio, debe conocer su propio descanso en Cristo. La revelación espiritual de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo es algo maravilloso; y cuando vemos la Iglesia de ese modo, sentimos vergüenza de nosotros mismos porque siempre pensábamos que había alguna institución aquí en la tierra que fuese la Iglesia. En esa revelación celestial de lo que es la Iglesia, todos los santos tienen su lugar respectivo alcanzando su medida en Cristo y cumpliendo su ministerio en Cristo. Esa es la Iglesia, el Templo, “un templo santo en el Señor”. ¿Irá usted a rogar por esa visión? ¿Irá usted a rogar por esa visión, por esa revelación? ¿Irá usted a orar para que el pueblo del Señor en todos los lugares alcance eso? Debemos orar sobre eso. Esa es una necesidad hoy.

La Visión del Vaso Vencedor

Vamos a encerrar ese libro con una palabra de Zacarías. Entre las visiones de Zacarías, está la del capítulo 4: “Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su sueño. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él” (vv. 1,2). Un candelabro todo de oro. ¿Qué es eso de acuerdo con la revelación del Nuevo Testamento? Eso es un instrumento enteramente de Dios, aquí en la tierra, para manifestar el testimonio de Jesús; algo enteramente de Dios; que no es hecho por el hombre ni constituido por el hombre, sino algo que produjo Dios, y en el cual hay un testimonio llameante de Jesús por el aceite del Espíritu Santo.

¿Quién dirá que el Señor no necesita de eso hoy? ¿Quién dirá que el pueblo del Señor no necesita volver a esto o ir en dirección a esto: ser para Él un vaso, un instrumento, que sea totalmente constituido por Dios, hecho de aquellos elementos divinos de puro oro, en los cuales el testimonio quema y resplandece, y no cesa, porque el aceite incesante del Espíritu está fluyendo sin impedimento? Eso no es imposible. No está más allá de la voluntad del Señor para este momento.

Esos son los constituyentes de la visión del Señor Jesús. Ellos son apenas algunos aspectos de Cristo. ¿No lo son? Es eso lo que entendemos como la revelación de Jesucristo. Lo vemos como Cabeza de la Iglesia, soberano Señor, tan relacio- nado con Su Cuerpo, que espiritualmente Él es el Cuerpo y Su Cuerpo es Él mismo. Y aquí tenemos todo aquel significado de lugar, medida y ministerio y regocijo del Señor. Entonces, el Señor es aquí expresado en un vaso que es todo de Él, con su testimonio vivo quemando en ese instrumento.

No deje que eso sea meramente visionario. Pida al Señor que lo salve a usted de que eso se convierta en algo apenas visionario, y, ¡oh!, ore para que Cristo se convierta en una revelación viva en su corazón. No es algo de la mente o de la imaginación. Amado, eso es real. Puede ser colocado en un lenguaje más suave, en términos más sucintos, pero es lo que se ha convertido en la pasión del corazón de algunos de nosotros; es lo que ha liberado a algunos de nosotros; es lo que ha sustentado a algunos de nosotros; es lo que ha constituido el ministerio de algunos de nosotros. Entonces, podemos decir que es lo que está manteniendo juntos a algunos de nosotros, cuando nada más podría juntarnos. Es la capacitación del Espíritu Santo para que comprendamos a Cristo.

Concluimos con la pregunta hecha por el ángel: “¿Qué ves?” ¿Cuál es su visión? En primer lugar, ¿tuvo usted una visión? El progreso, el ministerio y todo lo relacionado con la vida son consecuencias de la visión; de otro modo no sirven para nada. ¿Qué ve usted? Cuando tenemos una visión también es importante que seamos capaces de declararla. Si usted tuviere una visión, ¿podría explicarla? ¿Usted podría declararla? ¿O ella quedará encerrada en usted?

Todo eso nos conducirá en el futuro a una oración muy definida. Esta es la dirección de la oración: el testimonio del Señor en realidad, un instrumento para ese testimonio, la verdadera visión espiritual, la revelación de Cristo al corazón. El pueblo del Señor en todas partes necesita de visión. Vamos a orar para que sus ojos sean abiertos, orar para que nosotros, tanto cuanto sea posible, tengamos un ministerio de “abrir ojos”, y que esto sea verdad para nosotros: “Librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados”; “cuando no hay visiones, el pueblo se relaja”; “no fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26:17,18; Pr. 29:18 - BJ; Hechos 29:19).

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